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OLLA DE BARRO, HERENCIA ANCESTRAL.

Las ollas de barro, que eran utilizadas desde tiempos ancestrales, ya no se emplean únicamente para cocinar en leña pues se han adaptado para su uso en cocinas de gas. Según el historiador Juan Cordero Iñiguez, el uso de las ollas de barro tiene unos 4.000 años de historia desde la cerámica elaborada por la cultura Valdivia. Los objetos que fabricó esta cultura fueron las vasijas para procesar, servir y guardar alimentos. Quienes compran estas ollas, consideran que es más saludable y la comida adquiere un sabor diferente.



Procedimiento: Para preparar la arcilla, con la que se producen estos utensilios, tiene un proceso complejo. Se remoja el barro en una tinaja y se pisa hasta obtener la consistencia. Después se moldea de manera circular según el tamaño de la olla y se moldea a puros golpes, se utilizan dos huactanas, una redondeada por dentro de la olla y otra de forma plana para dar contragolpes exteriores.

Luego, la vasija se la pone a secar dos meses. Posteriormente se la somete al proceso de quemado en horno de leña.

Cuidados: El barro cocido requiere diversos cuidados, como remojar la olla antes de su uso, poner granos de sal en su interior para que evite la formación de hongos (y evitar sabores raros). La olla de barro, al igual que las de acero inoxidable y las de hierro fundido, tiene la ventaja de no desprender substancias perjudiciales para el organismo, como ocurre con las ollas de aluminio, razón por la que prácticamente han desaparecido del mercado. Las de barro requieren un tratamiento antes de su utilización, y deberán ser untadas con aceite vegetal y, según algunos especialistas, antes de su primer uso conviene mantenerla en un horno caliente al menos dos horas.

Materia prima: El barro para elaborar las ollas era extraído cavando dos metros de profundidad para que sea limpio y libre de impurezas.




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